La comunicación con nuestros hijos es fundamental, imprescindible para la buena convivencia y el entendimiento entre todos los miembros que formamos este sistema, que es la familia, donde cada uno tenemos nuestro lugar y función. Para que el engranaje de esta fantástica maquinaria que nos mantiene unidos no se pare o deteriore debemos saber engrasarla adecuadamente. El diálogo es la mejor forma de hacerlo, y debemos practicarlo desde bien temprana edad y evitar que se estanque, quebrante o rompa durante la adolescencia u otros momentos de crisis.
Los silencios ente padres e hijos debilitan la convivencia, causan ansiedad y desasosiego, sobretodo en los padres. No obstante, sabemos que los silencios entre padres e hijos son a veces inevitables, ya que son los aislantes necesarios para mantener a salvo esas parcelas de intimidad que todos nosotros necesitamos.
Nosotros intentamos practicar el diálogo activo, me refiero que no les atosigo a preguntas, si no que dejo que la conversación fluya por donde quieren ellos que vaya. A estas edades, 5 y 3 años, las conversaciones a veces son un poco surrealistas porque ellos aún tienen un lenguaje muy limitado pero no obstante hablamos de todo lo que les interesa y mucho. (La verdad es que hay momentos en los que agradecería un poco de silencio) Aún así, también les dejo espacio para que se tomen su tiempo, piensen en lo que quieren decirme y si no quieren hablar de algo … no hablamos.
Los silencios entre padres e hijos son necesarios de vez en cuando, pero cuando el silencio se enquista y se vuelve rutina desgasta las relaciones familiares. Intentemos trabajar la comunicación entre padres e hijos desde bien temprana edad creando cimientos fuertes para que este edificio no tiemble ante las inevitables sacudidas que provoca la adolescencia. Hay que practicar la escucha activa, implicarse de verdad en los problemas que sienten nuestros pequeños, sus inquietudes, sus intereses, … sus pensamientos y sentimientos son tan importantes como los nuestros. No lo olvidemos nunca.