Ser madre o padre no es una tarea para nada fácil pero sí muy gratificante. Requiere esfuerzo físico y mental, muchos sacrificios y muchas renuncias pero se trata de un trabajo con grandes recompensas.
Yo soy mamá desde hace prácticamente 5 años, edad que cumplirá mi hijo mayor en unos meses.
Sé que la gran mayoría de padres y madres, porque así lo veo en mis conocidos, amigos y familiares, intentamos ser la mejor madre o el mejor padre para nuestros hijos. La mayoría intentamos hacerlo lo mejor que sabemos, buscando lo mejor para ellos, evitando caer en patrones de crianza con los que no estamos de acuerdo pero que a veces repetimos inevitablemente y ante nuestro propio asombro.
Es posible que la mamá o el papá más cariñoso y afectuoso del mundo en algún momento determinado, por estrés o por frustración, por puro cansancio o por cualquier otra razón, acabe gritando a su hijo e incluso dándole un cachete. No es justificable pero ocurre. Mi labor no es la de juez, ni pretendo serlo.
Sobre los efectos negativos de los gritos y cachetes he escrito varios artículos que puedes consultar, entre ellos te recomiendo:
En estos artículos hablo sobre las consecuencias de los gritos, los cachetes y bofetones en los niños, quienes se sienten mal ante este tipo de castigo, humillados y tristes. Por mucho que nos empeñemos en que nuestros hijos nos obedezcan con gritos y cachetes, se ha demostrado que el castigo físico que no es eficaz y, lo que es peor aún, el niño aprende que amor y violencia pueden ir de la mano, que cuando soy más fuerte puedo ejercer el poder sobre otro para imponer mi voluntad, que la inmediatez de la fuerza es más útil a la opción del diálogo y el establecimiento de límites.
Y sí, es verdad que, la opción del diálogo y el establecimiento de
límites requiere más esfuerzo, tiempo y dedicación, pero los
resultados son muy positivos.
La pregunta es : ¿es posible educar sin gritar?
Para empezar, tenemos que caer en la cuenta de que tanto educar con autoritarismo (aquí mando yo), como con demasiada permisividad (dejando que el niño o la niña haga y deshaga a su antojo o comprándoles todo lo que quieren para que nos dejen en paz), tiene consecuencias perjudiciales
para ellos, para la familia y para el conjunto de la sociedad.
El estilo autoritario trata de enseñar con límites impuestos por el miedo, sin espacios para razonar, dialogar y entender. El permisivo se desentiende de dar pautas y de enseñar lo que es correcto y lo que no, de respetar los derechos de otros y los propios. Uno, prepara ciudadanos sumisos o agresivos,
personas a las que no se les enseña a razonar, a cuestionar o a tener criterio propio. El otro, contribuye a crear ciudadanos egoístas, que muestran bajas dosis de empatía y falta de solidaridad o respeto por el bien común.
Podemos escoger una educación alternativa, un camino diferente: la educación asertiva, que parte de comprender que nuestros hijos son personas singulares, con cualidades propias, distintas a las nuestras. Respetar su ritmo, su proceso evolutivo y actuar en consecuencia, proporcionándoles amor, seguridad y autoestima, y guiándoles con normas y límites.
Los niños absorben como esponjas nuestros gestos, muletillas, forma de hablar y también nuestra forma de resolver los problemas. No podemos exigir ni esperar que nuestros hijos se comporten de manera diferente a como lo
hacemos nosotros, somos sus guías y referentes, tanto en lo bueno, como en lo malo. Meditemos sobre ello y pensemos que podemos ofrecerles el mejor ejemplo con la manera en que les educamos, les guiamos y protegemos: con respeto, diálogo y confianza mutua.