Usamos diariamente premios y castigos, muchas veces sin pensar mucho lo que estamos haciendo ni las consecuencias que tienen para nuestros hijos. Y en más de una ocasión los usamos indiscriminadamente, lo que reduce por completo la poca utilidad que podrían tener sobre la conducta de nuestros hijos.
Hoy hablamos sobre premios y castigos para conocer un poco más sobre estos tipos de métodos que con tanta frecuencia usamos.

Consideraciones previas
Mamás y papás, maestros, educadores y cuidadores elogiamos, premiamos y castigamos conductas diariamente. A veces sin darnos cuenta de ello y de la importancia que tienen determinadas palabras o hechos.
A menudo nos quejamos de que nada parece tener efecto en nuestro hijo, ni bueno ni malo. Decimos, porque así lo pensamos y creemos, que nada es eficaz. Que a pesar de haber reprendido o castigado a nuestro hijo por una mala conducta éste sigue realizándola. Nos cansamos de repetir una y otra vez “no saltes en el sofá”, “no empujes”, …
En otras ocasiones, el tema es otro, parece que por mucho que le demos y le compremos nunca esté contento. La frase típica “si lo tienes todo, ¿qué es lo que te pasa, qué es lo que quieres?”
Sí, castigamos y premiamos ¿pero sabemos cómo hacerlo para que realmente los premios y los castigos tengan el efecto que deseamos y buscamos?
En muchas otras ocasiones ya he hablado sobre la disciplina, sobre la importancia de los elogios, de los premios y de los motivos por lo que es tan contraproducente gritar y dar esos cachetes disciplinarios …
Algunos de mis artículos han generado controversia sobre todo el de “Gritos y bofetones, razones para evitar su uso” otros han gustado más como el de “Disciplina: recompensas inmateriales para premiar a nuestros hijos”.
Por qué es necesario saber más sobre premios y castigos
Hoy sigo hablando de disciplina, de premios y castigos, de límites y normas. Sigo escribiendo sobre ello porque a pesar de que nunca antes en la historia de la humanidad la infancia había gozado de tanto bienestar, hoy en día parece que la tarea de educar nos produce mayores quebraderos de cabeza y dificultades tanto a padres, educadores como a maestros y profesores. ¿
¿Qué nos está pasando? ¿Nos da miedo decir que no, poner límites y normas en nuestros hijo? Estas son preguntas que lanzo al aire, y cada uno de nosotros tendrá su propia respuesta.
En primer lugar, parece obvio pero merece la pena recordar que, los bebés no nacen sabiendo lo que pueden o no hacer, ésto es algo que van aprendiendo paulatinamente.
El aprendizaje de lo que pueden hacer o no se realiza básicamente en casa, en familia y somos los padres o cuidadores habituales los encargados de enseñar a nuestros hijos las consecuencias de sus conductas. Pensemos bien en esta premisa: “enseñarles las consecuencias de sus conductas”. De ahí la importancia de los límites y normas.
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Poco a poco, nuestros hijos van a ir aprendiendo y asimilando un esquema: conducta – consecuencia positiva o negativa. Se trata de que aprendan a pensar en lo que ocurre después de algo que han hecho, no de que nos obedezcan por miedo a la reprimenda. No obstante, los niños pequeños no tienen la capacidad de autocontrolarse, se frustran con rapidez y frecuencia (de ahí las tan temidas rabietas) y en este punto entramos nosotros como parte de su regulación emocional y conductual, mediante el establecimiento de límites y normas. Más adelante, a medida que su desarrollo cognitivo y emocional va avanzando irán siendo capaces de canalizar mejor sus emociones y autoregularse por si mismos.
Características de los premios y castigos para ser eficaces
- Es importante conocer bien al niño. Ssaber qué considera el niño un premio (consecuencia gratificante) y un castigo (consecuencia negativa).
- Debemos tener en cuenta su edad y capacidad de comprensión.
- Tienen que ser proporcionales a las conductas.
- Realizables.
- De cumplimiento inmediato. Cuanto menor es la edad del niño, más cercanas en el tiempo a la conducta que se quiere modificar.
- Dirigidos a una sola conducta en concreto para que el niño pueda identificarla más fácilmente. Es importante no hacer generalizaciones ya que corremos el riesgo de “etiquetar” a los niños (por ejemplo:”Este niño es imposible”). Los niños cumplen con el papel asignado y responden a las expectativas creadas.
- Intentar que los premios no sean materiales, buscar otros reforzadores que motiven al niño. La valoración positiva y el reconocimiento son siempre la mejor recompensa. Ya que aumentan la satisfacción personal y la autoestima del niño, ayudan a eliminar etiquetas y mejoran el vínculo entre padres e hijos.
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- Controlar la cantidad: El exceso de premios o de castigos son perjudiciales y a la larga dejarán de tener efecto.
- Evitar abusar del no. Con tantas prohibiciones los niños se vuelven inmunes. Ya no hacen efecto sobre ellos.
- Se tienen que ir retirando a medida que la conducta se está consolidando o se está extinguiendo, lo cual indica que el niño es capaz de autorregular sus acciones.
- Ser constantes en la aplicación de las consecuencias, hacerlo de forma continua y dando siempre la misma respuesta. Así transmitimos firmeza y seguridad, al tiempo que damos al niño la oportunidad de decidir si realiza o no la conducta en función de las consecuencias que serán predictibles.