Muchas veces me pregunto a mi misma, en calidad de madre, si castigando el mal comportamiento de mis hijos estoy haciendo bien o mal, o si el castigo mejora su comportamiento. Yo tengo mis dudas, aunque todo depende de lo que entendamos como castigo. En este artículo hablo sobre los tipos de castigo y la efectividad de los mismos sobre las conductas de nuestros hijos.

¿Los castigos mejoran el comportamiento de nuestros hijos?

Hay quien dice que sí, y es cierto que el castigo parece que da resultado en determinadas situaciones. Es cierto que a corto plazo algunos castigos funcionan, pero hay que saber qué tipo de castigos y cómo aplicarlos. 

Desde luego es inadmisible el castigo físico (cachetes, bofetadas, …) que no solo provoca nuestro rechazo sino que también es sancionado por las leyes de muchos países. Por muy tentados que estemos en darles esa bofetada, que creemos que vale la pena dar a tiempo, hay que pensarlo más de dos veces ya que a parte de lastimar a nuestros pequeños, son humillantes, generan agresividad y no enseñan la conducta adecuada.
Es cierto que como padres debemos poner límites pero nunca mediante el abuso de autoridad, y castigar físicamente a nuestros hijos ejercemos este tipo de abuso que tanto nos disgusta.Los límites pueden corregir malar conductas y conseguir las deseables, pero deben ponerse con respeto.
Otro tipo de castigo, el castigo sancionador, el que imponemos cuando retiramos alguna cosa que les gusta a nuestros hijos, el clásico “te quedas sin dibujos” o “no tienes tablet en todo el día”, pueden dar algún tipo de resultado inmediato pero tampoco es que sea de lo más efectivo ya que el te quedas sin no tiene relación alguna con la supuesta conducta que queremos corregir. Este tipo de sanción no hace más que cargar las pilas del rencor y la rabia, dando licencia a nuestros hijos para seguir portándose mal porque como que ya no va a jugar con la tablet … pues que más le da.
Por si faltara poco, padres y profesores utilizamos otro tipos de castigo, los castigos humillantes como el de ponerlos cara a la pared, censurarlos en público u obligarlos a realizar tareas extra.  Recuerdo un profesor de primaria que obligaba a mis compañeros de clase a dar vueltas al patio corriendo cuando no se portaban bien en clase. Todo un personaje este profesor mío, del que no daré más pistas porque el mundo es un pañuelo y todos nos conocemos. En fin, que al día siguiente todos los que no querían hacer mates con él se portaban mal para que les mandara al patio a correr, total es lo que querían.

El castigo  frecuente no se asocia con mejor conducta, la verdad, tanto el castigo físico como verbal (reprimendas) pueden incrementar las propias conductas (desobediencia, agresión) que los padres, maestros y otras personas deseamos suprimir. Así que a esto me refiero con que tengo mis dudas sobre si castigar ejerce alguna influencia sobre las malas conductas y evita que se vuelvan a producir. 

¿Y qué hacemos si el castigo tradicional, el de toda la vida, está claro que no funciona?

He aquí la pregunta del millón. La respuesta es fácil de decir aunque no tanto de aplicar y lo explico seguidamente.

Para que un castigo sea realmente eficaz debe ser educativo, con la finalidad de enseñar y corregir aquellas conductas o comportamientos inadecuados, inaceptables o  indeseables. Para ello necesitamos dos de los ingredientes fundamentales de cualquier receta educativa: tiempo y paciencia. Los niños deben comprender que lo que han hecho no es correcto y por tanto deben reparar el daño causado y asumir las consecuencias de sus actos (consecuencias educativas).

Aquí no vale la acción inmediata del cachete en el culo y la reprimenda espontánea y se acabó el tema. Aquí debemos ser imaginativos porque para que una consecuencia educativa sea realmente educativa y eficaz debe ser pensada específicamente para aquello concreto que deseamos corregir, teniendo en cuenta además la situación en la que se ha producido y el carácter del niño. Si no es así … tampoco es útil.

Además la consecuencia educativa debe aplicarse de forma inmediata o lo más próxima temporalmente a la acción incorrecta, ha de ser proporcional a lo que ha hecho y lógicamente adaptada a la edad de nuestros hijos.

Un ejemplo de consecuencia educativa es que si uno de nuestros hijos no recoge sus juguetes después de haberle advertido 3 veces que los recoja, esos juguetes serán retirados por nosotros durante una temporada, debemos avisarle previamente y dejarle claro ya no podrá jugar con ellos durante el tiempo que establezcamos pongamos 1 semana.

Otro ejemplo, para aquellos niños que se niegan a ducharse cuando ya tienen una cierta edad. Si no se duchan no hay ropa limpia. Esto es una consecuencia educativa. Una consecuencia educativa debe guardar siempre relación con la conducta de nuestros hijos y aplicarse inmediatamente.

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Sara Tarrés

Soy Sara Tarrés, licenciada en Psicología por la Universidad de Barcelona, con Máster en dificultades del aprendizaje (ISEP) y Postgrado en Psicopatología infantojuvenil (ISEP). He trabajado como asesora y orientadora de padres y maestros en diferentes escuelas concertadas de Barcelona y como reeducadora de niños que presentaban diferentes dificultades en su aprendizaje. Actualmente dirijo Mamá Psicóloga Infantil desde donde oriento a padres en temas de crianza, desarrollo y educación. Esto me permite compaginar mi faceta de madre a tiempo completo sin dejar de lado mi actividad profesional.